lunes, 9 de junio de 2008

Lluvias, torpezas y amores.

De vuelta a casa miraba las calles, los coches, la gente y uno que otro indigente; todo esto lo hacía mientras recreaba en mi cerebro las conversaciones inconclusas sobre el pertenecer y lo efímero de la vida.
No hallé respuestas. La verdad es que por ahora no las busco; poco me interesan.

Veo la lluvia rebotar en las hojas de los árboles y la tenue luz que ilumina el parque y solo pienso en ti: en los gratos caminos andados y desandados; en las veces que me has besado, en los muchos portales que cruzamos; en las febriles caricias que nos regalábamos; en tu mirada franca; y en todas las palabras de amor que no nos cansaba decirnos al oído.

Con todo esto, pienso nuevamente en las preguntas: si quisiera encontrar respuestas, tendría que empezar por dejar de sentir esa pertenencia que tengo en ti y tendría que aprender a no angustiarme por la ausencia que procede a la muerte.
Y eso es más que imposible.

Aún veo como las gotas caen desde lo alto y humedecen los vidrios de la ventana; a un gato acechando a las palomas; una farola quemada en el medio del parque; y también veo tu mano puesta sobre la mía. Se que es el instante más propicio para decirte algo al oído, pero se que los años me han vuelto torpe y que lo más probable es que eche a perder la belleza del momento. Te miro a los ojos, te sonrío y no encuentro las palabras para decirte te amo.

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