Y morir así como De Szyszlo.
De a dos.
Sin esperar ninguno a ninguno.
Llegar cogidos de la mano,
con los ojos en blanco.
A esperar que decante la balanza.
Dejar al fin de oir ladridos de perros.
Dejar de ser un cóndor aterrado sobre los linderos de Lima.
Llegar exánime y a rastras,
y beber el vino de la victoria.
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