miércoles, 21 de mayo de 2008

La partida

Se levantó una polvareda ante nosotros y creímos que era algo normal, cosa de todos los días. Me cubrí el rostro con ambas manos y esperé a que la ventisca termine de interrumpir nuestra conversación, pero el polvoriento viento demoró buen rato en dejarnos en paz.
Ángela se terminó por aburrir y partió para casa; lo mismo hicieron Felipe y Cristina.
Solo quedamos Carola y yo: sentados en la banqueta del parque, chinos de risa, y sobándonos los ojos.

Carola es la única mujer que me tiene paciencia y que me dirige la misma mirada febril, desde que la conocí.

Fumamos un cigarrillo a medias y empezamos a torturarnos el cerebro con fantasía, literatura y obras de arte; ella decía: "qué difícil es entender a Dali" y yo le respondía: "más difícil es pintar cómo él".

Es muy extraño. Ella sabe que la amo y yo se que ella me ama, pero por esas estupideces de la vida, orgullos infantiles y temores, que ni siquiera entendemos; ninguno se anima a dar un paso adelante. Nos hemos besado demasiadas veces y hemos dormido juntos otras tantas, pero no hablamos de eso. Ella se casará en junio, yo la acompañaré a la iglesia, y luego a lo mío: acabaré una pintura en la que no logro darle el matiz, que me place, al mar; terminaré de empacar las pocas cosas que me quedan; y me sentaré a esperar, acompañado por el puto invierno, los tres malditos meses que faltan para largarme a Helsinki.

Hacía mucho frío y decidimos dar una última vuelta al parque. Encendimos otro cigarrillo - ella cubrió mis manos con las suyas para que el último fósforo no se apague - cortamos unas ramitas de jazmín, y caminamos en silencio, cogidos de la mano.
Llegamos a la puerta de su casa y aunque me opuse a principio, terminé por ingresar a la sala. Carola me abrazó y lloró en mi hombro, durante diez largos minutos; luego me besó y entre balbuceos alcanzó a decir: te amo.

Las cosas que a uno se le ocurren en esos momentos de estrés: pensaba que en Helsinki nadie nos encontraría y que nos las podíamos arreglar en esa lejana ciudad. Carola me conocía demasiado y adivinó mis pensamientos, y se rió conmigo; entre mis brazos.

Vamos - le dije - ayúdame con la pintura y larguémonos de aquí.

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