Vestía suéter rosa y minifalda, pero entre mis brazos la sentía desnuda y eterna.
Sus ojos brillaban frente a los míos; sus labios temblaban suplicando un beso; su cuello era suave como la seda y dulce como la miel; y llevaba impregnada en su cuerpo la más rara y embriagante fragancia que he olido. ¡Cómo la amaba! ¡Cómo la amo!
Llevaba un bluejean y una camisa a cuadros y abrazándola me sentía pequeño.
Mis ojos miraban su alma; mis labios temblaban con los suyos; mis labios bebían de su cuello; y yo me perdía entre sus olores y sabores. ¡Cómo nos amábamos! ¡Cómo nos amamos!
Vestíamos solamente nuestros cuerpos: delgados, sinceros e inocentes.
La música de la naturaleza absorbía el bullicio de la ciudad y entonaba cálidas melodías; el sol sonreía confidente; el viento ululaba baladas plagadas de rocío; nosotros pintábamos con la intensidad de nuestros amores, los días bendecidos por el dios de los hombres.
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