La arena hería nuestra piel desnuda,
éramos más que piel y carne nueva.
El mar lamía nuestros pies y tu reías.
Fueron días sin palabras.
Yo dormía en tu pecho
y nos despertaban los rizos del viento
Eran días sin relojes, desprovistos de ataduras.
Solo éramos tu, yo y el dios de turno que nos bendecía con su mano franca
A veces rompimos estúpidamente el silencio para decirnos te amo.
Humanos.
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